Relatos de terror en Mixquic: entre nahuales, tumbas y bolas de fuego

✍️ Esta entrada fue publicada originalmente en octubre de 2018. Hoy, seis años después, releerla me recuerda porqué me gusta contar historias: a veces basta con escuchar para que una leyenda cobre vida. Mixquic no solo es famoso por su celebración del Día de Muertos… también por todo lo que sus calles callan durante el resto del año. Esta es una de esas historias que merece volver a ser contada.

Carlo Jurado, 2025

-Eran los hijos de «El Diablo», curiosamente, los 3 hijos que había tenido ese señor tenían cola…- Ismael, nativo de San Andrés Mixquic, con la mirada fija y un impaciente golpear al suelo con su talón, cuenta sobre aquél hombre que, maldecido por una mujer, condenó a toda su descendencia.

Con esta historia en pleno 2018 (año en que ocurrió esta plática) se comprende que hay mucho más allá que las festividades del Día de Muertos y que aquél lugar es aún refugio de leyendas mexicanas.

La tumba de «El Diablo»

Hay algo en el aire de estas fechas que la vuelve distinta a las demás; entre las débiles lloviznas que aún intentan cobijar a la Ciudad de México y los fríos vientos, heraldos del invierno, es imposible no pensar en la magia de las leyendas mexicanas. En el preludio del Día de Muertos, es difícil no hablar de San Andrés Mixquic, quizá el pueblo más importante de la CDMX por sus festejos del 1 y 2 de noviembre.

Rodeados por esta atmósfera tan especial, en la hora de la comida, no me resisto, a pesar de saber que mi pregunta era un cliché: «¿cómo es esta temporada allá en Mixquic?», me dirijo a mi amigo Ismael, mi compañero de oficina que ha vivido toda su vida en aquél lugar.

Mientras me contaba sobre lo que ya todos sabemos de las celebraciones, le interrumpo con otra pregunta «¿qué leyendas se cuentan en tu barrio?»…

Con una sonrisa ahogada, tal vez por la incredulidad que él mismo sentía al repetir la historia de su familiar, Ismael contó que en medio del panteón había un Tzompantli en el que el grupo de amigos de su abuelo debía dar 3 vueltas.

Entre risas y gritos de euforia, uno a uno corrió a través de cruces oxidadas y lápidas corroídas por el tiempo que en ese momento parecían más peligrosas que cualquier ánima que pudiera presentarse.

Sin saber qué hacer, acudieron al padre que custodiaba la tierra sagrada y entre regaños por la imprudencia que cometieron, salieron todos a buscar al amigo perdido.

Lo hallaron, cuenta Ismael, metido entre dos tumbas, bañado en sangre e inconsciente. Sin darle importancia al hecho, todos se retiraron y no fue hasta el tercer día que fueron con él para preguntarle qué le había pasado, pues según recuerda el último que lo vió, que en la primera vuelta al Tzompantli lo alcanzó a ver a tras, pero en la segunda vuelta, había desaparecido…

Poco después se enteraron que las tumbas en las que había sido encontrado aquél desafortunado era la de «El Diablo» y la del hombre que donó las tierras para construir ese panteón. El padre les había dicho que a los muertos no les gusta ser molestados.

Ismael habla sobre cientos de historias que suceden en aquél mágico pueblo, algunas le sucedieron a él y otras más a  sus parientes y amigos.

Nahuales, brujas y otros vecinos en Mixquic

-Hasta hace 15 años, allá todavía era muy común cargar con un costal con caca de burro, una botella de tequila y cigarros, si se salía de noche-. Dice que en Mixquic abundan los nahuales, seres mitad perro mitad hombre que acechan por las noches a los viajeros y explica que, según la creencia, la caca de burro al contacto con la piel del nahual provoca daño inmediato que hace que la bestia salga despavorida chillando como lo haría un perro herido; los cigarros son para el mal aire y el tequila para calentar el cuerpo después del susto.

Hay algo en Mixquic que protege a diversos seres sobrenaturales: nahuales, fantasmas y brujas, mismas que deambulan en forma de bolas de fuego por las noches cerca de los cerros de la región y que incluso los pobladores saben dónde viven, pues son sus vecinas.

Ismael es un profesionista de 31 años (al día de publicar esta entrada) que nació en el umbral del misticismo y la vida posmoderna, parece cohibirse al relatar estas y otras historias que ha escuchado y vivido, pero, vencido por sus raíces, se entrega a su papel y da rienda suelta a la palabra regalándonos un tétrico momento en el que todos callamos y escuchamos sobre aquél lugar en el que aún viven las leyendas mexicanas.