El tiempo no perdona, menos cuando vivimos en una época donde todo debe ser rápido. Estudia, ve a la universidad, egresa y encuentra un trabajo de lo que sea para convertirte en adulto y olvídate de ti mismo.
Buscamos migajas de felicidad en la caótica travesía impuesta por la sociedad contemporánea a través de la música, libros, videojuegos, otros en deportes, el baile o incluso en la gastronomía, la carretera o una humeante taza de café con aquellas burbujas doradas que tanto hacen agua la boca.
Intentamos sobrevivir a la asfixiante presión de las comunidades digitales: «tengo que viajar más porque Ana acaba de publicar su visita a Europa», «debo comprar una moto nueva porque Ricardo acaba de sacar una de agencia», y así nos hundimos en una frustración provocada por la máscara de una realidad superficial (en el sentido estricto de la palabra) que percibimos y que nos impide ser plenos y felices.
Pasamos por una crisis global que nos orilló al confinamiento, aislados casi completamente del mundo, somos más sensibles a la hora de percibir nuestra realidad, una que nos permite conectarnos con nuestro entorno y observar desde un punto de vista tan amplio como irrepetible. Hoy en día estamos lejos del alcance de la contaminante felicidad impuesta por el consumo de contenido de las comunidades digitales.
La sociedad del consumo no es nada nuevo, varios autores han abarcado el tema, ¿pero qué pasa cuando nos aislamos del mismo mundo que nos empuja a esta tendencia? ¿Qué pasa cuando la incertidumbre te lleva a controlar tus gastos y tu cerebro empieza a analizar y priorizar tus necesidades?
Todo comenzó con la alerta de la pandemia, llamaron a la cuarentena, cerraron negocios, cancelaron eventos deportivos y de entretenimiento. Estos últimos fueron los más afectados. La mayoría de las empresas autorizaron el trabajo desde casa, y entonces el caos comenzó.
Los equipos de marketing entendieron que las necesidades cambiarían por este suceso y comenzaron a hacerse un hueco en la oportunidad. El contenido, en una gran cantidad de cuentas era el mismo, actividades desde casa y en este boom, todo fue un éxito fugaz, a fin de cuentas algo diferente, «innovador».
La necesidad voraz de la sociedad demandante que intentaba adaptarse a esta nueva forma de vida, poco a poco volvió a la normalidad, dentro de lo que cabe, empezó a tranquilizarse ¿entonces qué pasó? Las marcas dejaron de conectar con sus comunidades.
Esto deja en evidencia que a pesar de todo, para los grandes empresarios seguimos siendo solo un número, una cantidad de dinero que puede sumar a sus cuentas en el banco y que pocos son los que realmente han querido conectar con sus consumidores.
¿Y a todo esto, qué pasa con las motos?
Bien, soy motociclista, y como lo acabo de explicar, pasé por este proceso de adaptación y me di cuenta de una cosa dentro de la comunidad de motociclistas: la gran mayoría extrañamos salir a carretera.
Hasta antes de esto, todo el contenido expuesto en redes sociales estaba enfocado en las motos en sí, no en el motociclismo. El ideal perseguido por las marcas del área era, obviamente, que cambies de moto. Los grupos en Facebook no paraban de tener publicaciones solicitando recomendaciones o reseñas sobre la moto que pensaban comprar, otros presumiendo un garage lleno y otros pelando por qué marca era mejor.
La desintoxicación consumista dejó al desnudo nuestro espíritu, aquél que busca una libertad que fue robada o tal vez, que nunca ha sido real. Anhelamos cruzar el mundo en nuestra moto, respirar aire limpio y fresco mientras ardemos bajo el rayo del sol, deseamos solo una cosa, lo suplicamos en cada publicación en redes sociales, en cada charla telefónica, esas que ya no sucedían por la llegada de los mensajes de texto: hoy no soñamos con la moto último modelo o la más cara, soñamos con ser libres de nuevo.
No imagino hoy en día al basquetbolista deseando otros pares de tenis más que un partido amistoso con amigos y hasta desconocidos, al aficionado a los conciertos criticando y refunfuñando por la banda emergente, sino añorando asistir para sentir la música en vivo una vez más, pienso en el ciclista deseando salir en cualquier bicicleta, aunque esta no fuera de ruta ni de más de 100 mil pesos.
Hace poco un amigo me comentaba que él piensa que cuando todo esto termine, lo primero que hará el mexicano será ir por unos tacos a la esquina.
Hoy por hoy, no hay prueba más evidente de que hemos sido educados para consumir desmedidamente y tan eficiente ha sido el adoctrinamiento que ni los expertos en marketing se dieron cuenta que en realidad nunca se han preocupado por conocer a los seres humanos que componen su comunidad y nosotros, tal vez nos dimos cuenta, recordamos que hay cosas más importantes y que probablemente son las más básicas.


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