Voces…¡no!, gritos. Escucho gritos, pero no como los imaginas, no son ensordecedores, se escuchan lejanos, casi…inaudibles.
Como es costumbre, despierto de madrugada, abro tanto los ojos que me duelen, siento como se salen un poco de sus cuencas; solo veo oscuridad, ni un débil haz de luz se cuela en mi vista.
No me puedo mover, mi cuerpo se siente como si fuera aplastado tan fuerte que no puedo alzar un solo dedo, o como si estuviera atrapado en una pequeña cueva que oprime mis pulmones y que lentamente exprime el oxígeno dentro de ellos hasta asfixiarme.
¡Ya puedo escucharlas de nuevo!, voces…¡no!, gritos.
Desde que tengo uso de razón sufro estos episodios nocturnos que hoy sé, gracias a la atención que he recibido, son causados por una “enfermedad” llamada parálisis del sueño. Cuando era niño, mi terapeuta me explicó con palabras que yo pudiera comprender: “Estás dormido y despierto a la vez, pero tu cuerpo no se puede mover…digamos que tu cerebro despertó, pero no tu cuerpo, por eso que no puedes moverte y claro, el no poder hacerlo resulta aterrador. Aún así, siempre debes recordar que nada de lo que veas o escuches puede dañarte”.
Resulta que hay una fase del sueño llamada MOR (sueño de movimientos oculares rápidos), que está asociada a lo que llamamos sueños vívidos y tal parece que durante esta etapa, los músculos del cuerpo se bloquean para evitar que lo que haces en tus sueños, suceda en la realidad. Cuando “algo sale mal”, tu cerebro despierta, pero tus músculos no, y es aquí cuando comienza la parálisis del sueño.
Aunque estos episodios pueden suceder a cualquier hora del día, a mí solo me suceden de noche. Despierto, no me puedo mover y comienzo a sentir pánico, mi respiración y mis latidos se aceleran y lo único que puedo sentir, además del terror que me invade, es el sudor frío bañando mi cuerpo.
Horas después (al menos así me lo parece), comienzan los gritos, pero no como imaginas, no son ensordecedores, se escuchan lejanos, casi…inaudibles, un espectáculo auditivo que no le deseo a nadie.
Hoy sucedió de nuevo…¡scraaaaasht!, me despierta un ruido muy peculiar, uno que jamás había oído antes…¡scraasht!, ¿alguien está golpeando las paredes de mi cuarto?, no. Es diferente, es como si llovieran piedras. ¿piedras?.
Comienza el pánico, abro los ojos, oscuridad. Mi respiración se acelera y los gritos se hacen presentes. Esos horribles alaridos que he escuchado desde mi infancia y que al día de hoy me siguen poniendo los pelos de punta, ¡scraasht!, lento, constante.
Mis pulmones se quedan sin aire y cada vez escucho más lejos y apagados aquellos gritos y ese horrendo sonido, ahora hay un inquietante silencio únicamente interrumpido por mi ya débil respiración. Sé que está a punto de terminar. Muevo los dedos de la mano poco a poco, luego los pies. Mientras, busco con los ojos la ventana de mi habitación a la espera de un débil rayo de luz nocturna: no la encuentro.
Siento que pasa una eternidad hasta que puedo mover un poco la muñeca, los dedos, giro mis tobillos hasta que por fin, después de todo, puedo levantar mi brazo que choca con, ¿el techo?, ¡no es posible!, debe haber al menos dos metros de mi cama al techo de la habitación. Alzo ambos brazos, comienzo a empujar, a golpear, a arañar mientras intento gritar inútilmente pues me falta el aire.
En algún momento perdí el conocimiento, no sé cuánto tiempo pasó, pero he vuelto a despertar y, lo mismo, oscuridad, y nada más.


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