««¿Volvemos a los tiempos del Chalequero?» fue el título con que encabezamos nuestro artículo informativo con el que El Imparcial dio cuenta del espeluznante crimen descubierto por un oficial de gendarmes en una de las márgenes del Río Consulado«. La versión mexicana de Jack the Ripper vuelve a asesinar y con ello, Bernardo Esquinca describe el nacimiento de la nota roja con su novela Carne de Ataúd, de Editorial Almadía.
Carne de Ataúd
Eugenio Casasola, periodista de El Imparcial, convierte en su obsesión a uno de los asesinos más famoso del porfiriato, «El Chalequero», luego de que Murcia, prostituta y amante de nuestro protagonista, fuera asesinada a manos del sanguinario feminicida.
Con la ayuda de Madame Guillot, una medium francesa radicada en la antigua Ciudad de México, se comunicará con espíritus que le ayudarán a resolver múltiples problemas. A la travesía se suma el inspector de policía Rougmanac, quien les ofrece su ayuda a cambio de colaborar en su plan para acabar con el mal que asecha la ciudad.
Comentarios
Carne de Ataúd, nos dice Bernardo Esquinca al final del libro, no es una novela histórica, lo cual es importante saber en principio para no juzgar erradamente la trama de la misma. Podría parecer clara la intención del escritor de obligar la historia de «El Chalequero» a caminar por los terrenos de la fantasía, pero entre tantas páginas sumidas en el realismo y la «exactitud» espacio temporal, puede confundir fácilmente al lector.
Esquinca refleja con esta novela a un escritor metódico y exacto, un trabajo pulcro y sumamente ordenado, mas con ello sacrifica un par de cosas. Una novela que en portada nos muestra a uno de los asesinos más sanguinarios de la historia de México nos da para pensar que todo se basará completamente en los mórbidos hechos del feminicida.
«Escucho el taconeo de las pezuñas, necesito más cera en mis oídos. Antes de que devore mi lengua, la utilizaré para decir mi última palabra: Murcia…»
En realidad, las páginas solo usan de motor el nombre del asesino y aunque el comienzo hace pensar que la obra será una lucha encarnizada por la detención del criminal, rápidamente nos encontraremos atrapados en una historia lenta (aunque agradable) que camina en círculos, donde veremos a Eugenio luchar contra los fantasmas del pasado que atormentan su presente.
La frialdad narrativa tampoco nos deja empatizar mucho con los personajes, incluso es difícil recordarlos a través de la historia. Si uno desaparece, difícilmente se preguntará qué pasó con él hasta muchos capítulos después. Lo verdaderamente chingón de Carne de Ataúd es la descripción realista de la época: calles sin asfaltar, ríos cruzado la Ciudad de México, inundaciones y lodazales, pulquerías en cada esquina, puestos de quesadillas y con cierta emoción uno reconoce (si es mexicano) lugares que hoy en día han cambiado drásticamente como el antiguo basurero de San Lázaro, el Río Consulado o el Bosque de Tlalpan.
«Murcia sintió el agua hedionda (del Río Consulado) en su cuerpo; comprendió que el Chaleco la había tumbado y que se le encaramaba con urgencia.»
Carne de Ataúd es una lectura obligada por su riqueza contextual, aunque la obra es fría y da la sensación de estar todo el tiempo leyendo un periódico, es cálida en la parte ambiental: los olores, sabores, la vida en general, son proyectados fantásticamente al lector.
Lee un fragmento publicado en la página Nexos aquí


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